La naturaleza es imperfecta, como dice Manuel Bruscas en su libro “Los tomates de verdad, son feos”. Los otros intentan aparentar tanto como los actores de Hollywood, a base de photoshop y maquillaje. Forzadamente perfectos, brillantes, uniformes.

Elegir una fruta o verdura teniendo como criterio definitorio la estética, la homogeneidad, la uniformidad, es una mala opción. La sabia naturaleza da frutos imperfectos. Elegir frutas y verduras por su aparente perfección conlleva descartar miles de toneladas de producto en su largo camino del campo al plato, implica encarecer el producto final, y envía un mensaje al productor que identifica que debe producir por imagen, lo que supone desechar piezas, variedades e incluso especies.
También a las frutas y verduras les pasa lo que a las personas: la auténtica belleza está en su interior. Aunque estéticamente no sean perfectas, conservan todo su valor nutricional.
Perfectamente imperfectos

Esto viene a cuento de las críticas, que han llegado a oídos de DespilfarroAlimentario.org, vertidas sobre la campaña “Perfectamente imperfectos” de la asociación 5 al día, que pretende luchar contra el desperdicio alimentario.
En los últimos años se ha educado el gusto del consumidor hacia frutas artificialmente seleccionadas, incluso con normativas legislativas, identificando como “perfectas” sólo aquellas que encajan en unos criterios preestablecidos de aspecto, forma, calibre o color.

Sin embargo la fealdad es una característica muy subjetiva. A muchas personas nos parecen más feas, por artificiales, esas manzanas todas ellas impecablemente iguales, redondas, brillantes,… Tanto que parecen… bolas de billar.

Esta selección comporta el rechazo, por criterios estéticos, de entre un 30 o un 40% -dependiendo de distintos estudios -de las frutas y verduras a lo largo de todas las fases de comercialización que van desde la producción al consumidor.
Preocupados por el precio
Uno de los argumentos esgrimidos para rechazar la venta de frutas o verduras fuera de la norma estética, con un precio menor, es que arrastran el precio de las que sí la cumplen.
Ojalá el problema de la comercialización de frutas, verduras, o alimentos en general, fuera causado por la oferta de una segunda categoría de producto. Las causas son muchas más y sobre todo mucho más complejas: competencia feroz en la distribución, ventas a pérdidas, márgenes muchas veces abusivos, incumplimientos o roturas de contratos, transportes kilométricos, importaciones desleales, etc.

Si vender fruta no estándar es un inconveniente, es debido exclusivamente a que el volumen que se descarta por estos motivos estéticos es enorme. Si la cantidad fuera pequeña, no estaríamos hablando de esta contrariedad, pero no lo es. Y eso mismo es lo que hace que no se deba retirar del mercado.
Censurar o restringir la venta de las piezas más maduras, con alguna imperfección o simplemente que no cumplen con la norma, a un precio más asequible, es un grave error. ¿Prohibimos la venta en tiendas más baratas porque también presionan los precios? ¿Prohibimos las donaciones de alimentos porque, indirectamente, comportan el mismo resultado?
Por otra parte tampoco podemos argüir que los precios de futas y verduras en el comercio detallista sea precisamente bajo. En estos últimos años ha crecido de forma patente el precio de los productos frescos, superando incluso a los procesados, lo que dificulta el acceso a buena parte de la población a una dieta más sana y equilibrada (e incluso a un mínimo alimento), compuesta de frutas y verduras…. que terminan en el vertedero.

Otra cuestión es que esos precios luego no se vean reflejados en las cuentas de los agricultores, a los que llega una parte muy pequeña de lo que paga el consumidor. Y que eso repercuta en la continuidad de las explotaciones y la despoblación rural, que son graves problemas sociales y económicos.
No remunerar adecuadamente a los productores puede retraer las necesarias inversiones en las explotaciones, que deben buscar una mejora del valor nutricional, resistencia a plagas y enfermedades o un mejor sabor. Pero sólo en último término el cumplimiento de criterios meramente estéticos, que pueden llegar a ser obsesivos, como cuando se intentó que todas las vacas lecheras (prácticamente ya de una sola raza, la frisona) tuvieran sus manchas negras exactamente iguales en todos los animales.
Valor y precio
Esta obsesión por la perfección superficial, y como consecuencia el descarte de millones de kilos de alimentos, hace que el consumidor (y el resto de la cadena alimentaria), haya perdido la noción del valor real de cada alimento y el coste que conlleva su producción.

En nuestras sociedades desarrolladas, el gasto medio en alimentación supone sólo entre un 12 y un 18% de la renta familiar. Esto contribuye a la banalización de los alimentos, que así pueden ser alegremente tirados a la basura con la mínima excusa.
La distribución no le va a la zaga en este comportamiento. Ante precios tan bajos, le resulta más barato enviar a vertedero que gestionar reduciendo precios o donar. Lo mismo podemos decir de la restauración convencional o colectiva (colegios, hospitales,…)
Sistema ineficiente e insostenible
Según numerosos estudios llevados a cabo, algunos liderados por la FAO, entre el campo y el plato se pierde alrededor de un tercio de los alimentos producidos, lo que arroja la escalofriante cifra de 1.300 millones de toneladas (1.300.000.000.000 de kilos) cada año a nivel mundial.
Ser conscientes de la enorme gravedad de este problema, hace que se difuminen problemas menores y se tome otra perspectiva respecto al descarte de cualquier tipo de alimento.

Éste es el principal problema de un sistema alimentario que se ha mostrado ineficiente e insostenible, ante el que hay que plantear soluciones ambiciosas y urgentes para prevenir el despilfarro de alimentos, sea cual sea su causa o justificación.
Y es que la pérdida, desperdicio o despilfarro de alimentos es insostenible desde todos los puntos de vista que lo hagamos
Desde el punto de vista medioambiental, puesto que obliga a producir más de la cuenta, presionando bienes comunes como el agua, la tierra, los bosques, la biodiversidad o generando contaminación ¿Sabes que si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercero en producir gases de efecto invernadero, sólo detrás de EEUU y China?
También es ineficiente económicamente, pues empleamos recursos, cada vez más escasos y caros, como agua, energía, fertilizantes, plaguicidas, mano de obra,.. que acaban desechados.
Socialmente, puesto que hace inaccesibles los alimentos a muchas personas, que incluso padecen y mueren, literalmente, por hambre. En muchas ocasiones los alimentos que se despilfarran provienen de tierras o mares que sustentaban el alimento básico de poblaciones enteras.
Y moralmente, puesto que todo este esfuerzo de recursos, de bienes comunes, se convierte en inútil cuando va directo a la basura.
Respuestas al problema
Por otra parte no queremos ser ilusos, y dar soluciones sencillas a problemas complejos, como es el de poner en el mercado las frutas y verduras que se salen de la norma. Pero sí creemos que es necesario y urgente poner medios para resolver esta aberración y sin que ello genere nuevos problemas.
Lo primero es hacerse conscientes del problema. Cuando la perspectiva cambia, cambia nuestro comportamiento, nuestras decisiones. Es necesario reeducar al consumidor o, al menos, no seguir engañándole con la imagen.
En segundo lugar proponemos que se vendan como la naturaleza las hace: variadas, mezcladas, sin categorías. Los consumidores estamos volviendo a valorar lo natural, lo auténtico. Aprovechemos esta tendencia que no es una moda.

También podemos buscar salidas alternativas a frutas o verduras que no tengan su mejor aspecto: zumos, mermeladas, conservas, extracción de nutrientes, biomateriales, etc…
No descartemos en cualquier caso la oferta con un menor precio. Quizá reincorporar estas piezas sea bastante más rentable que llevarlas a vertedero. Al menos debería serlo.
Y por último, como planteamos en DespilfarroAlimentario.org, exijamos una Ley contra el despilfarro de alimentos, tan ambiciosa como el reto que enfrenta, considerando los alimentos, todos, como recursos, y nunca como residuos. Que ataque las causas del problema, porque las frutas feas no existen, y además no tienen la culpa.
