Una de las causas del despilfarro de alimentos es la progresiva industrialización y mercantilización de la producción agroganadera, que termina por convertir a los alimentos en mercancías con las que se puede especular.

Aunque la mayor parte de las ocasiones el resultado no es tan impactante como la situación descrita en el artículo del diario Público, todos los días se producen hechos semejantes en los campos de todo el mundo, sin que sean ni siquiera contabilizados por los deficientes sistemas de medición del despilfarro.
«Abandonan cinco millones de melones y sandías en el campo de Yecla, Murcia». Este titular dice mucho sobre el sistema agrícola y cómo la lógica de mercados deja en el bancal toneladas de alimentos que son desperdiciados. Pero, sobre todo, este hecho recurrente en los campos, tiene unas consecuencias directas sobre los usos del agua. Según la plataforma local Salvemos Arabí y Comarca, un movimiento vecinal del municipio murciano, la producción de estas frutas tuvo un coste de cerca de 600 millones de litros de agua. Este hecho no es puntual, ya que el volumen de agua que se usa en el mundo para alimentos que terminan desperdiciados es equivalente al caudal del río Volga, según las Naciones Unidas. Un dato que escandaliza aún más si se tiene en cuenta que la disponibilidad hídrica de España está en decadencia, tal y como lo evidenció el último informe del Ministerio para la Transición Ecológica, que advertía que la crisis climática ya ha mermado la disponibilidad del agua respecto a los últimos 50 años.

Este despilfarro de agua y recursos, incomprensible para muchos, «no es culpa de los agricultores», argumenta José Manuel Delgado, técnico de recursos hídricos de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), que señala a las condiciones del mercado. Julia Martínez, directora de la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA) se muestra mucho más contundente y relaciona el derroche de agua con un modelo intensivo que obliga a los agricultores a producir en un mercado financiarizado: «En la mayoría de los casos, no se está cultivando en función de las necesidades, sino para especular y exportar fuera. Esto hace que las demandas y las fluctuaciones de los precios provoquen que muchos productos no terminen colocados en el mercado». Los jornaleros, sean grandes o pequeños, compiten entre sí en un sistema donde a veces el precio de producción es más barato que el coste de venta, lo que lleva a intensificar los cultivos para tratar de generar más rentabilidad a la tierra.
«En la mayoría de los casos, no se está cultivando en función de las necesidades, sino para especular y exportar fuera
Se trata de un sistema agrícola intensivo donde el regadío artificial no ha parado de crecer en los últimos años, a pesar de las consecuencias de la crisis climática. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el volumen de regadío ha crecido un 3,7 % entre 2016 y 2018. Esto hace que el sector agrario se lleve entre el 75% y el 85% del total del consumo de agua en España. En los últimos diez años el espacio que ocupan los huertos industriales nutridos por regadío intensivo ha pasado de las 3,4 millones de hectáreas a las 3,8 millones, tal y como detallan las estadísticas del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

Pese a los datos alarmantes, Delgado advierte que se ha conseguido ralentizar el crecimiento de este tipo de cultivos y demanda que se modernicen las técnicas de regadío para frenar el despilfarro. Se refiere el experto a dejar de lado los sistemas de aspersión o riego en gravedad que resultan insostenibles, para implementar un sistema de regadío mucho más eficiente, como el sistema de goteo. Sin embargo, el experto de la UPA pone el foco en el propio sistema y la especulación alimentaria. «Ahora mismo, se tira mucho dinero y muchos recursos. Pero, en todas las fases, no sólo el agricultor». Esos jornaleros que producen a ciegas, sin saber qué mínimo de sus productos podrán vender por las fluctuaciones del mercado, reclaman un cambio en el sistema que, además de dar seguridad económica a sus negocios pueda garantizar un mayor control del agua y de los recursos. «Lo lógico sería que hubiera una relación contractual con los comercios y mercados, de modo que los productores agrícolas puedan tener unos contratos que les den unas garantías del número de alimentos mínimo que van a poder dar salida», argumenta Delgado.

«Se está haciendo un esfuerzo tremendo para tecnificar la agricultura, eliminar el riego por inundaciones, porque es insostenible. Eso es un factor importante de cara al futuro, pero lo que me preocupa es el mercado. Si una plantación de melones o sandías como la de Yecla deja sin recoger el 25% de los productos, porque son deformados, porque no dan el tamaño o por cualquier otra razón, se dice que es una barbaridad y se señala al agricultor. Pero son productos que por un motivo u otro terminan rechazados por el mercado», expone con inquietud Miguel Padilla, agricultor de frutas y hortalizas de Lorca y miembro de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG).
El regadío intensivo, que según Martínez ha terminado por «industrializar el campo de España», está generando una degradación ambiental que va más allá del desperdicio de agua y alimentos. Estas prácticas requieren de productos fitosanitarios y fertilizantes que degradan la tierra y terminan en los acuíferos y ríos. Buen ejemplo de ellos es el «colapso del mar menor» fruto de las prácticas agrícolas de carácter intensivo utilizadas en parte del Campo de Cartagena. Los químicos usados para labrar la tierra terminaron en esta laguna produciendo un exceso de nitratos y empeorando la calidad de sus aguas. El resto es de sobra conocido. No en vano, la contaminación de los ecosistemas acuáticos españoles es una evidencia, que transciende a Murcia, en tanto que las 17 demarcaciones hidrográficas tienen sus aguas contaminadas por glifosato (un conocido fertilizante), según un informe de Ecologistas en Acción realizado con datos oficiales.
Alejandro Tena
Fuente: Público