Existe un cierto debate entre estudios y entidades que ven en el plástico un aliado en la prevención del desperdicio y otros que opinan y justifican justo lo contrario. Como casi siempre, el punto correcto puede que no esté en ninguno de los extremos, sino en un punto intermedio, que además dependerá de cada caso y circunstancia concretos.

Un estudio desarrollado durante 18 meses por la asociación WRAP (Programa de Acción de Residuos y Recursos, en castellano) analizó las ventas de 5 alimentos: manzanas, plátanos, patatas brócoli y pepinos, almacenados en el empaque original y sueltos, y a diferentes temperaturas, a fin de comprobar el efecto del envasado en su conservación.
Según Marcus Gover, director ejecutivo de Wrap, el envasado puede jugar un papel fundamental para proteger los alimentos, pero “no necesariamente prolonga la vida útil de los productos frescos sin cortar”. Hay otros factores como una adecuada manipulación en el transporte, la distribución y el almacenamiento adecuado que son mucho más decisivos a la hora de mantener los alimentos en buen estado durante más tiempo.
Sin embargo, el envasado tiene sus contraprestaciones, como es el de obligar al consumidor a comprar un volumen mayor que el deseado (y que está disponible a granel), lo que aumenta las posibilidades de que el producto termine estropeándose y acabe en la basura. Además, el envasado conlleva un etiquetado con una fecha de consumo preferente, que muchas veces hace que, superada esa fecha, se tire directamente a la basura, a pesar de estar en perfecto estado.
Según los últimos estudios de la UE, esta indicación de las fechas de consumo y su mala interpretación, están detrás de un 10% de los 90 Mtm de alimentos que van a la basura en Europa. El hecho más paradigmático es el de los yogures.
En muchas ocasiones el envase se debe más a criterios estéticos que a la mejora en la conservación del alimento. Y hay que tener en cuenta el grave problema que generan los residuos de plástico en su gestión además del enorme gasto de energía y petróleo necesarios para producirlos. En muchas ocasiones las calorías empleadas en el envase superan y multiplican las calorías del propio alimento.
El estudio de WRAP concluye que si los 5 productos analizados se vendieran sueltos y se eliminaran las fechas de consumo preferente asociados a ellos, se podrían evitar el uso y desperdicio de 10.300 toneladas de plástico y unas 100.000 toneladas de alimentos cada año, el equivalente a 14 millones de cestas de la compra de alimentos. Y sólo refiriéndose al Reino Unido.
Argumentos a favor de los envases.
España acaba de aprobar su ley de residuos, en los que se incluye la gestión de los desperdicios de alimentos en la cadena y su medición y control. Y, por supuesto, de los plásticos de los envases.
En Francia, donde igualmente se ha aprobado una ley similar el mes pasado, también se está dando este debate. El gobierno francés y los ciudadanos señalan que las frutas y verduras envueltas en exceso son una “aberración”, pero también lo son sus tasas excesivas de desperdicio de alimentos, que deben reducirse y no aumentarse. Y apuntan a que la eliminación de los envases, propiciará el incremento de alimentos que irán a la basura, problema al que Francia hizo frente, de forma pionera en el mundo, con su ley contra el despilfarro en 2016.
Como indican algunos estudios, prohibir por completo el uso de plástico podría causar más daño ambiental que beneficio, ya que una tonelada de desperdicio de alimentos evitada podría ahorrar 4,2 toneladas equivalentes de CO2.
Investigadores de los Laboratorios Federales Suizos de Ciencia y Tecnología de Materiales (Empa) calcularon que la envoltura de plástico de un pepino que viaja de España a Suiza representa el 1% de la huella ambiental total del pepino. Debido a que el plástico ayuda a que el pepino dure más, el beneficio total de evitar el desperdicio de alimentos es cinco veces mayor que el impacto ambiental.
Muchas frutas y verduras, como ensaladas cortadas, hierbas, apio, champiñones, etc., se deterioran simplemente debido a la pérdida de humedad durante el almacenamiento. Aquí es donde los plásticos pueden ser muy efectivos para prolongar la vida útil y reducir el desperdicio de alimentos.
La postura del gobierno francés se presenta como una prohibición excesivamente agresiva del plástico como el “enemigo”, cuando en realidad se debe adoptar un enfoque global que examine todas las facetas del problema.
Por tanto es necesario sopesar ventajas y desventajas para encontrar soluciones que reduzcan nuestra huella ambiental en cada caso.
Soluciones alternativas.
En Francia se empieza a valorar el uso de otros materiales que protejan los alimentos, como papel o cartón, aunque también encontraremos que tienen sus pros y contras.
En los últimos años se vienen generando soluciones tecnológicas, como dispositivos inteligentes, que pueden ayudar a superar las rígidas y prefijadas fechas de caducidad o consumo preferente, así como el excesivo envasado de los alimentos. Estos dispositivos reaccionan conforme a los gases que generan los alimentos cuando comienzan a degradarse y avisan de ello mediante un cambio de color de un testigo. Este tipo de etiquetas marcarían de forma objetiva y concreta en cada caso, la idoneidad del alimento.
Por otra parte es importante valorar el sobrecoste que puede suponer la aplicación de estas tecnologías, que para ser útiles además de posibles, deben ser mínimamente costosas.
Consumidores inteligentes
En todo caso, de nada servirán las etiquetas inteligentes si nuestro comportamiento no está a la misma altura. Es necesario que los consumidores mantengamos una conciencia clara de la gravedad del problema que supone el despilfarro de alimentos.
Y para ello debemos generalizar un mayor consumo de productos frescos, poco transformados, de temporada y locales. Este tipo de consumo exige menos transformación, transporte, envasado y etiquetado, lo que redunda directamente en un menor despilfarro de alimentos. Todo ello unido al uso de nuestros sentidos (mirar, oler, probar) y especialmente el sentido común aplicado a nuestras compras y decisiones sobre el despilfarro de alimentos.
